A continuación dejo un vídeo realizado por mí en el que hago lectura en español y en francés de mi soneto "La caricia", que fue publicado en 2018 en la II Antología de ACE-Andalucía. Autora: Fuensanta Martín Quero.
POESÍA Y ARTÍCULOS DE FUENSANTA MARTÍN QUERO
sábado, 18 de octubre de 2025
SOMBRAS Y ESPERANZAS: LAS RUTAS TRANSITIVAS, DE JOSÉ MARÍA MOLINA CABALLERO
Sobre el libro de poesía Las rutas transitivas (Editorial Ánfora Nova, 2024), de José María Molina Caballero, he publicado un artículo y crítica literaria en la Biblioteca de Escritores Andaluces y en la web de la Asociación de Escritores de España-Sección Autónoma de Andalucía (ACE-A), cuyos enlaces son los siguientes:
https://www.bibliotecaescritoresandaluces.com/sombras-y-esperanzas-las-rutas-transitivas-de-jose-maria-molina-caballero-%CC%B6-analisis-y-critica-literaria-%CC%B6/
https://www.aceandalucia.es/sombras-y-esperanzas-las-rutas-transitivas-de-jose-maria-molina-caballero-%CC%B6-analisis-y-critica-literaria-%CC%B6/
Reproduzco a continuación el texto:
Por Fuensanta Martín Quero
Las rutas transitivas (Editorial Ánfora Nova, 2024), es el último libro de poesía de José María Molina Caballero, escritor nacido en Rute (Córdoba), con una amplia y reconocida trayectoria literaria de publicaciones, fundamentalmente en el género lírico, y editor de prestigio, fundador y director de la editorial y revista literaria Ánfora Nova, que además ha recibido numerosos premios y distinciones.
El libro lo abre un magnífico y minucioso prólogo de Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla y escritor.
Ya el título de esta obra nos da un claro indicio del discurso poético que nos vamos a encontrar en su interior porque esas rutas transitivas son realmente caminos vitales que van sucediéndose. El adjetivo ‘transitivas’ entronca con el verbo latino transire que da idea de tránsito o paso de un lugar o estado a otro. Significa, pues, movimiento transformador y evolutivo, en este caso a través de caminos o rutas identificadas por su autor.
El libro, de gran belleza lírica, se sustenta en una estructura homogénea y coherente con el verso endecasílabo blanco como base que confiere un ritmo global al conjunto de las composiciones que lo conforman. Se inicia con un poema introductorio o “INTROITO”, prosigue con cuatro partes identificadas como cuatro “rutas”, cada una con catorce poemas, y concluye con una última composición como “EPÍLOGO”.
El poema inicial, titulado “INTROITO: El paisaje cóncavo del viento”, como bien se indica, introduce el poemario. Merece la pena pararse en el análisis del mismo porque en él se concentran las claves esenciales del libro.
De su título se infiere una contraposición de significados (que no obstante se complementan entre sí) de los vocablos ‘cóncavo’ y ‘viento’. El primero de ellos sugiere interior y, en consecuencia, introspección. El segundo, libertad de movimiento, flujo, transcurso. Con ello se pretende abarcar las dos cualidades fundamentales del poemario: por un lado, la mirada introspectiva de las vivencias y emociones del sujeto poético, y por otro, un eje temático esencial del libro que es el tiempo en constante movimiento (metaforizado aquí por el vocablo ‘viento’). Si bien en esta obra la expresión de ese tiempo llega a ser dual en el sentido de aparecer como tiempo exterior caracterizado por su fugacidad (tempus fugit) y como tiempo interior determinado por la experiencia subjetiva del yo poético.
El primero (el tiempo físico) impele al ser humano hacia otros lugares que, en realidad, son otras etapas de vida, en un devenir que lo deja desposeído de sus vivencias pasadas y lo aboca hacia un abismo de enigmas en el que se siente vulnerable. Por ello expresa de forma introductoria: “El tiempo es siempre el bálsamo primero/del dolor y sus cráteres de sangre”. En este espléndido poema aparecen “encinas rotas de nostalgia”, “Lunas de atardeceres furtivos” y se menciona “la memoria de tu voz desnuda”; figuran además “avenidas de la niebla” y un “sol misterioso de los sueños” que evidencian la existencia del enigma del paso del tiempo, e igualmente “viajes interiores” en los que encontramos “rutas/policromadas de melancolía” porque el tiempo “nos merma sin tregua”.
La vida se conceptúa desde ese transcurso inexorable que da lugar a recurrir a la memoria como forma de mitigar sus efectos, pero simultáneamente la nostalgia y la desazón invaden al sujeto al que se dirige el yo poético en este poema (segunda persona del singular), que se deduce que es él mismo, y a una primera persona del plural que no se nombra pero que está de fondo. Como vía de salvación se otorga importancia a la palabra (“la fecundidad de las palabras”) en la memoria y en el devenir frente a las “sombras” que “resplandecen”, paradoja que intensifica la expresión de su desolación. Igualmente otorga relevancia a los sueños (“el sol misterioso de los sueños”) que constituyen “luz inmarcesible” que fulge en mitad de la niebla (metáfora de opacidad y ceguera en el camino de la vida). La desazón del sujeto poético es revertida así mediante la memoria, la palabra y los sueños en un ejercicio de introspección en el que se produce un balanceo emocional entre la percepción neblinosa de la vida y la supervivencia interior que le permiten los recuerdos, la palabra en libertad y el poder de la imaginación. Esta perspectiva se reproduce a lo largo de esta obra.
Como producto de la mirada introspectiva, el yo poético elabora un monólogo en todo el libro que fundamentalmente se expresa en primera persona, o bien se dirige a un tú (a menudo espejo de sí mismo, con algunas excepciones) o a un nosotros (primera persona del plural que engloba a los demás seres humanos con carácter universal). Afloran, además, un número considerable de aforismos en los versos finales de los poemas que, en palabras de Vázquez Medel son “Fruto de una profunda depuración, acrisolada la palabra en el frágil recipiente de la vida” (p.19).
Por tanto, es en este primer poema introductorio en el que se concentran los aspectos fundamentales temáticos del libro. Uno de los cuales y de gran peso, como hemos indicado, es la fugacidad del tiempo o tempus fugit, que produce en el sujeto poético desazón y nostalgia por el tiempo pasado y, a menudo, esa desazón se extiende ante la perspectiva del tiempo futuro por lo que tiene de incierto. Emociones que son concebidas metafóricamente como “naufragios” o “zozobra”.
La incertidumbre, los enigmas que conciernen a la vida y a la muerte, le provocan un vacío existencial que, a su vez, da lugar a que se perciba a sí mismo y al resto de los seres humanos como vulnerables en un tiempo que nos somete. Esta percepción se repite a lo largo de muchos poemas. Por ejemplo, en “Arquitectura del tiempo” el pasado se ve distante y roto (“la distancia rota del pasado”) en tanto que él siente necesidad de conocer los enigmas (“jeroglífico con trazos ocultos”, “Preguntas por las claves de las piedras/adosadas a tus ojos metálicos”). Asimismo, en el poema “La presencia del cosmos” el yo poético siente dolor emocional como consecuencia de la oscuridad que vive en el tiempo, un vivir que lo hace cautivo en un transcurrir incesante de forma zozobrante (“La vigilia se escapa de mis ojos/en su ruta cautiva de zozobra”).
El vocablo ‘cosmos’, así como otros pertenecientes al mismo campo semántico como ‘universo’ y ‘firmamento’ que aparecen en los poemas, llevan implícito en su significado el concepto de misterio, ante lo cual el ser humano se halla indefenso y así se siente el poeta. Esta indefensión es dolorosa para él, y esto le conduce a expresarse a menudo con desgarro.
Por otra parte, la dualidad en la concepción del tiempo como tiempo físico y como tiempo subjetivo, que ya se deduce en el poema introductorio, la podemos encontrar también en otros como “Murmullos de nostalgia”,introducido por una cita de Cesare Pavese que dice “No se recuerdan los días/se recuerdan los momentos”. Se trata de la percepción subjetiva del transcurso vital en el sentido concebido por Henri Bergson; es decir, como experiencia interna del sujeto a la que pertenecen las sensaciones y emociones, que no son estáticas, sino que son temporales y van cambiando como esas rutas transitivas que definen este magnífico libro.
En “El palpitar del tiempo” se ofrece una visión amable de este porque se conceptúa no como transcurso que lleva al miedo, sino como “latidos de los días” que producen gozo. Es un tiempo subjetivo que más bien constituye en este poema vivencia plena, experiencia del instante gozoso. Por tanto, se contraponen implícitamente el tiempo físico que pasa fugazmente y el instante vivificante, con claras reminiscencias de los planteamientos de Octavio Paz en cuanto a esta distinción.
Esa dualidad la encontramos igualmente en el poema titulado “El espejo de los días”, sin olvidar que el tema central es el tempus fugit: “El tiempo de nacer es el primero/pero son otros tiempos los que viven/dentro de nuestros ojos y se miran/al espejo de los días con descuento”. La expresión “con descuento” hace referencia a la finitud del ser humano.
Por otro lado, el tono apesadumbrado domina el libro. Sin embargo, tras él, surge a menudo un hálito de esperanza que puede llegar a través de los recuerdos o de los sueños, como se ha visto en la primera composición. La memoria y la imaginación cobran protagonismo en medio de la desazón y el desgarro como formas lenitivas de hacer posible una vida menos dolorosa e, incluso, placentera. Así, en el poema “La arrogancia del éxito” el tono esperanzador emerge con el sobrecogimiento ante la belleza contemplada en el edificio de la Ópera de París. Merece la pena detenerse en este poema por los recursos de extraordinaria calidad lírica que ofrece.
En un cuerpo estrófico central se describe el esplendor y lo sublime del citado y emblemático edificio frente a una última estrofa compuesta por solo dos versos donde se enfrenta ese esplendor anteriormente descrito con el escenario real de la vida que no se corresponde con el anterior. Ante ello, recuerda su soledad con “palabras incisivas”.
Por otra parte, se establece una identificación de la descripción de elementos arquitectónicos del edificio con el olvido y el paso del tiempo; también con el presagio (o miedo) en los versos: “La marmórea grandeza del olvido”. Se identifica la frialdad del olvido con la del mármol, imponente por su grandeza.
El tono esperanzador aparece ante la contemplación de lo sublime del arte como cuando expresa “arquitecturas del silencio roto/en el sol del jardín de las delicias”, en el que se produce una contraposición entre ambos versos. El primero de ellos de tono angustioso, mientras que en el segundo “jardín de las delicias” es expresión de la belleza.
Sin embargo, la belleza externa no es lo que ansía el poeta. En esta composición se describen elementos decorativos del teatro de la Ópera de París que ensalzan el esplendor del espacio físico y que prosigue cuando “…la orquesta vibra/y exhala sus arpegios en el templo” (el teatro de la Ópera lo eleva a la categoría de templo). Describe como sublime todo ello (“con las pasiones del arte y sus rutas/de alegorías que habitan lo sublime”). Todas son descripciones elevadas: elementos arquitectónicos, escultóricos y decorativos, la música de la orquesta… Y las mismas contienen esperanza, vibración, pálpito, esplendor, que el poeta interpreta como éxito. Sin embargo, este “no es siempre/el mejor escenario de la vida” porque existen otras situaciones que son sombrías y que no se nombran expresamente en el poema, cuya elipsis, paradójicamente, nos da cuenta de la existencia de otros escenarios que permanecen en la penumbra de la desazón.
Una de las consecuencias de la oscuridad de lo enigmático y del transcurrir de la vida impelido por el tiempo es el miedo. El sujeto poético se desnuda emocionalmente en el libro y deja transmitir lo que siente con una honestidad que procede de la humanidad profunda del poeta. José María Molina Caballero no se disfraza para expresar aquello que siente y utiliza un lenguaje poético sutil, con recursos estilísticos poderosos, para intensificar en el plano lírico las emociones y las percepciones expuestas en este conmovedor poemario. Por ello, no titubea en reconocer su vivencia del miedo, pero también su experiencia al enfrentarse a él.
En “Los destellos del miedo” se está ante una emoción intensa que él siente. “Los temores discurren por el aire/…/nos hipnotizan con surcos de fuego”. Se utiliza el recurso de la personificación. El poeta reflexiona sobre el miedo: hacerle frente para que no nos venza. Temores que “nos paralizan por dentro y por fuera/y devoran la luz de nuestros ojos”.
Pero ¿a qué tenemos miedo? Y él concreta que “a lo desconocido” y “a lo inesperado” (¿la muerte, tal vez?). La muerte queda latente. El miedo se convierte en un “mar arrogante” que nos aparta en su “rauda penumbra” (velocidad y oscuridad del miedo, negritud).
Sin embargo, siguiendo la tendencia de todo el libro, el poeta ve siempre un resquicio, una puerta abierta detrás de la pesadumbre, y por ello en este poema dice en el aforismo final que “Tan sólo la esperanza rompe el miedo/ y sus alas marchitas de verdades”. La forma verbal “rompe” es otra personificación. El último verso citado alude a las inconsistentes verdades del miedo porque se está ante emociones intensas no racionales.
En “Ecos imposibles” el sujeto poético se refiere al miedo con “sus perversos laberintos”. Al mismo tiempo siente vacío en un tiempo introspectivo en el que no existen respuestas (“y sus silencios de ecos imposibles”). Confiesa además de forma transparente “y sigo solo con mis pesadillas”, manifestando así la existencia de un miedo profundo.
Una de las expresiones de dolor que aparece en más de un poema del libro es lo cruento. La sangre es la manifestación más evidente de la herida y Molina Caballero la menciona con desgarro emocional. Así, en el poema “Druida” concibe que la vida traiciona y provoca dolor, siendo su máxima expresión la sangre, la herida abierta: “En los taludes de la vida lloras/y tu sangre derrama su traición”.
Por otra parte, la zona bucal del cuerpo es mencionada frecuentemente a lo largo de los versos haciendo referencia a la oralidad, la palabra pronunciada, que constituye una de las fuentes de dolor (por su carencia) o de arma frente al mismo (cuando puede manifestarse). Lo que evidencia la importancia que el lenguaje y la comunicación tiene para el autor. No hay que olvidar que el lenguaje nutre la identidad del ser humano. Así lo concibió Octavio Paz en El arco y la lira cuando dijo: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad”.
Respecto al primero de los sentidos citados, en “Númerus clausus” un silencio tormentoso da lugar a una falta de comunicación oral. Menciona “su lengua rota” aludiendo con ello fundamentalmente a las limitaciones del lenguaje y a la imposibilidad de expresarse. El título “Númerus clausus” simboliza el límite.
En cuanto al segundo, en el bellísimo poema “Los taludes tiernos de tu voz” el sujeto poético se expresa con un tono amable dirigiéndose a una segunda persona del singular que tiene proximidad con él, que lo reconforta, y cuya voz le proporciona felicidad y ternura, dando lugar a que la “escarcha” (frialdad) sea transformada gracias a esa ternura que recibe.
Se produce, pues, un balanceo emocional que transita el libro, desde una expresión desgarrada y sombría a un tono claramente esperanzador con que el contrarresta la percepción inicial. Incluso en determinados poemas abandona la pesadumbre para manifestar una visión gozosa y placentera de la vida, lo que se percibe ya desde algunas composiciones de la segunda parte del libro o “rutas”.
De esa segunda parte es el poema “Fertilidad”. En él se deja a un lado la desazón y se sustituye por un canto a la vida que el mismo título lleva implícito. Es un poema musical, con imágenes muy bellas como cuando se dice “La tierra humedecida de tu cuerpo”. La lluvia, el agua, metaforiza la vida y la fertilidad.
Y también, en “Horizontes de armonía” el tono nuevamente se suaviza, el tiempo se contempla con serenidad y las emociones se califican “libres y fecundas”, a pesar de que el cosmos sigue siendo “misterioso” y “nos vence/con sus designios de luz apacible”.
Como metáfora de esta composición cabe resaltar la imagen “los ojos del sol”, que son en realidad los rayos del sol. Al mismo tiempo simboliza la belleza de la vida.
Se describe aquí un tiempo que acaricia y que no produce desazón. Por ejemplo cuando dice “El tiempo se detiene placentero/en un sueño perenne de verdades”. Es decir, no existen enigmas, todo es placer y claridad “con emociones libres y fecundas”. Y, pese a que “el cosmos” sigue siendo “misterioso” y “nos vence”, en este poema lo hace “con luz apacible” y “suaves eclipses”.
Se expresa, asimismo, el gozo de la vida (“territorios de gozos y suspiros/con trazos de radiantes atributos”). Otros versos donde se manifiesta la belleza son “Una lluvia de luces y cometas/refulge sobre los rostros del cielo”. El refulgir es una manifestación de plenitud, de belleza. “mientras los ojos del sol acarician/con la suavidad lenta de la seda”: percepción placentera y sosegada de la vida.
Tal como anuncia el título de este poema todo lleva a la armonía.
Por otra parte, como ya adelantaba el poema introductorio del libro, a lo largo del mismo los sueños (la imaginación), la memoria (o recuerdos) y la palabra (es decir, la comunicación) constituyen formas de afrontar la oscuridad y el dolor.
Así en el poema “Rutas ingrávidas” el autor sitúa frente a la incomprensión de la vida y el transcurrir del tiempo el poder de la imaginación como vía de escape (“En mis sueños levito con placeres/palpitantes de triunfos y emociones”). El mismo título, “Rutas ingrávidas”, es metáfora de los sueños y de la imaginación. Esta es reparadora y constructiva (“rompe mis temores/y edifica los nuevos universos”). Por tanto, la imaginación diluye el miedo.
En “Arpegios de melancolía” el poeta otorga importancia al sonido, lo que se va repitiendo en más de una composición del libro. De hecho, el título utiliza un vocablo propio del campo semántico de los sonidos (arpegios). Y en esta obra aparecen con frecuencia términos pertenecientes a ese mismo campo semántico: voz, cánticos, ecos… Hay que recordar que la expresión oral es sonido y es comunicación que el sujeto poético desea o a la que recurre para paliar su soledad en un cosmos silencioso.
El silencio, como sustantivo antitético del sonido, recorre igualmente el libro arrastrando consigo una carga emocional de peso.
En “La luz de los recuerdos” estos se perciben con alegría, no con melancolía, y aquí se contraponen al olvido.
Entre las sombras y las esperanzas se producen oscilaciones en los poemas y el autor es consciente de que sus percepciones sobre el tiempo y la vida son fluctuantes, lo que manifiesta con nitidez, por ejemplo, en el poema “Días divergentes”.
Pero además, el factor suerte condiciona su existir en el plano físico y en el emocional. Esto lo pone de manifiesto en “Juegos de azar”, cuyo título es revelador en ese sentido, en el que manifiesta sentirse vencido por la suerte porque no puede controlar la situación (“La partida termina sin remedio,/la casa gana con dados marcados”).
Dentro de la línea discursiva del poemario, aparecen en algunas composiciones temas colaterales como la incapacidad de sentir empatía de otras personas, la concepción de la historia de la humanidad como un compendio de acontecimientos convulsos, las alusiones a las muertes de los inmigrantes en el mar, la contaminación de los océanos y la hipocresía:
- En “Fatum”, poema en el que destacan, entre otros, los recursos de la anáfora y los paralelismos, la empatía ajena se presenta frente a la falta de acercamiento y comprensión de otras personas. Es una contraposición de actitudes del ajeno. Se trata de un tema colateral, pero que da cuenta de la sensibilidad del poeta. El tema central de este poema es el paso del tiempo, pero también la proximidad frente a la lejanía manifestada por otros.
- En “Lágrimas de mármol” se ofrece una visión de “la historia convulsa”. El sujeto poético reflexiona sobre la historia que considera “convulsa” y con “déficit de paz”, origen de sufrimientos. A diferencia de la mayoría de los poemas del libro, en este se dirige una mirada hacia el exterior.
En esta composición se observa en el pasado “los destellos de fuego y ceniza/que colapsaron el mundo sumiso”. Se refiere a la fuerza del poder establecido que doblega a la multitud (“mundo sumiso”), y lo ejemplifica en la Realeza de Versalles en donde “la codicia” iba de la mano “de la tiranía”. Reyes que en la historia provocaron sufrimiento, hambre, miedo y muerte. Pero concluye que “Las fracturas de la existencia” constituyeron el inicio “de revoluciones/anhelantes de luz y de esperanza”.
Este discurso sobre la historia es extrapolable a la vida íntima del sujeto poético porque existe un paralelismo entre historia y mundo interior, definido por el hecho de que la muerte y el miedo se sitúan en ambos planos (el exterior y el interior), frente a lo cual sitúa la esperanza. El dolor mitigado por la esperanza es una dualidad repetida en el libro que se reproduce en la historia de la humanidad y en las emociones del mundo interior del yo poético. Por tanto, el mundo exterior se identifica subliminalmente con su mundo interior, lo que constituye un recurso inteligente de Molina Caballero.
- En “Cayucos” se alude al desamparo en la huida de los inmigrantes. Con ello el poeta vuelve a abandonar la introspección y dice “cementerios/de las rutas de fuego y esperanza/marchitadas por el mar asesino/que cercena la vida y los sueños”. De nuevo, en la misma línea que en el poema citado anteriormente, existe un paralelismo entre la muerte de las personas que sucumben ante los envites de los océanos y su propio naufragio personal.
- En “El llanto de los mares” se mencionan aguas, arrecifes y playas, que pertenecen al campo semántico del mar. La mirada vuelve a dirigirse hacia el exterior: el tema fundamental es la contaminación de los mares “tapizados de plástico que asfixian/los pulsos transparentes de la vida”. Se afianza un silencio en el ser humano, no llegan las palabras a remediar “la tragedia que destruye/los pilares de la naturaleza,/y mutila la luz de sus latidos” [vida]. Eso revierte en una muerte de la humanidad.
Tanto en esta composición como en otras el poeta manifiesta una defensa de la vida y de la naturaleza.
- “Seducción” es un poema muy bello. Cada estrofa describe la buena sonrisa de forma antagónica. En la primera, “la buena sonrisa” es seducción que termina dañando (“nos rompe por dentro”, “es un puñal”, “intimida” y “por fuera” aniquila). Trata por tanto de la hipocresía que daña y destruye. En la segunda estrofa “la buena sonrisa” es concebida como “armonía”, “la belleza infinita del presente” (de nuevo el factor tiempo), “flor fecunda [da frutos] y misteriosa”. Nuevamente aflora el misterio de la vida y sus aspectos diversos que recorren el poemario, pero en esta composición el tono poético no es desgarrador y se suaviza.
Por otra parte, y desde el punto de vista formal, Molina Caballero se sirve de numerosos recursos estilísticos que embellecen esta obra además del ritmo obtenido por metro endecasílabo. Metáforas bellísimas procedentes con frecuencia de elementos de la naturaleza, personificaciones, antítesis, anáforas, paralelismos, etc.
En la “RUTA CUARTA” encontramos, además de los citados recursos, un juego de palabras en su título: “Archi-texturas del agua”: el prefijo archi sustituye las dos primeras sílabas de la palabra ‘Arquitecturas’, y las tres restantes es sustituida por el vocablo ‘texturas’. ‘Archi’ significa ‘muy’. Y ‘texturas’ hace referencia al tacto o a aquello de lo que está formado algo perceptible por el tacto o la vista, en este caso se refiere a la vida metaforizada por el agua. Esto está reflejado en los versos que siguen al título: “El tiempo languidece solitario/sobre los hilos del agua y sus sombras”.
Por tanto, el agua es metáfora de la vida, pero igualmente conlleva otras significaciones expuestas en esta parte como son esas zonas umbrías que condicionan al ser humano.
El autor se expresa aquí a través del elemento hídrico o contextos relacionados con él. Así, dentro de esta cuarta parte o ruta, encontramos poemas como:
- “Los recintos fértiles de la vida” en el que el sujeto poético se manifiesta con un tono alentador. Utiliza una metáfora muy bella: “Las semillas de la lluvia se rompen” para expresar las gotas de la lluvia. Expresa asimismo la suavidad del otoño con un verso sublime: “El agua besa la tierra desnuda”. En el mismo, el verbo ‘besa’ constituye una personificación preciosa que descubre una percepción amable de la vida y del tiempo.
- En la composición “Nubes” dice con gran lirismo: “Las nubes son los pájaros que surcan/el cielo de ceniza y de tormentas…”. Encontramos aquí una metáfora bellísima: las nubes son pájaros. También cuando, utilizando la anáfora y el paralelismo, identifica las nubes con las flores: “Las nubes son las flores que rezuman/sus hojas y su polen en los campos…”.
Se trasluce la idea de una infinitud en el tiempo (“la existencia y sus pulsos infinitos”) que recuerda al concepto del transcurso temporal concebido por Octavio Paz: todo es cíclico y así avanza el tiempo que es infinito; lo que es finito es la vida de cada ser humano, pero no el tiempo.
Estamos ante un poema descriptivo en el que el poeta se expresa de nuevo con un tono amable y esperanzador sobre la vida.
- En “Acequias de aguas mansas” el sujeto poético, que se manifiesta en primera persona, contempla “el renacer…”. Se encuentra en un estado de sosiego en el que observa cómo toda la vida vuelve: “el renacer del sol fecundo”, “los paisajes del atardecer”. Es el renacer y los paisajes soñados desde la infancia. Expresa una nostalgia del pasado pero desde una contemplación placentera y con sosiego (“fértiles remansos”, “aguas mansas”).
- “Lluvia sagrada”es un canto a la vida. La lluvia como metáfora de vida (“la sagrada lluvia/que fecunda la tierra, los arroyos/y las frondas”). La expresión “en el cielo infinito de la vida” da cuenta de una percepción infinita del tiempo en el sentido indicado antes.
El último poema con el que José María Molina Caballero cierra el libro, se titula “EPÍLOGO: La ruta samurái”, debajo del cual sitúa el siguiente verso:“El futuro te encuentra y te devora”.
Se trata de un poema extenso con tres versos finales como conclusión o aforismo.
El autor utiliza como metáfora la figura de un guerrero (samurái). Se pregunta de forma retórica si se puede repetir nuestro pasado, pero el tema central es la concepción de la vida como una lucha. El transcurso vital se compara con la navegación de los barcos “a contracorriente”; es decir, luchando siempre contra el destino.
Esa vida entendida como un continuo batallar es la ruta samurái en la cual el ser humano se encuentra atrapado en “este mundo sórdido y vacío/que sólo nos ofrece los naufragios/de los días de luchas deleznables”. Se trata de un mundo de silencios, con su bipolaridad de llanto y de risas (”de los otros que lloran y que ríen”) en el que hay una contraposición entre vida y sombras.
El recuerdo, la memoria del pasado, descubre al ser humano cuál es su destino final, siendo este la muerte, y toma conciencia entonces de la misma. La muerte es despiadada “…sus caprichos/siempre nos desconciertan y nos rompen/en mil pedazos de nada, sin tregua/ni clemencia que indulte sus latidos”. Con este lenguaje transparente y desgarrador el poeta reflexiona acerca del final de la vida.
Pero el sujeto poético quiere luchar como “la luz indomable/de un samurái” “hasta la muerte/sin miedo y sin dolor donde llorar”. Es entonces cuando se eleva sobre el dolor y el miedo y resurge en la lucha. Sin embargo, en los tres últimos versos del poema el samurái lucha por la vida y reconoce y asume que esa lucha la hace “con miedo y con dolor donde llorar”. Estamos ante una declaración honesta del poeta que, aun teniendo valentía, no niega el sentimiento humano del miedo y del llanto.
Esta composición constituye una declaración de actitud por parte del autor ante las adversidades de la vida y ante la muerte, y resulta concluyente en el poemario porque indica dónde se sitúa él después de estas cuatro rutas.
José María Molina Caballero deja testimonio en este espléndido libro de su propia posición ante la vida y el tiempo, fundamentalmente entendido como tempus fugit, pero sin olvidar su faceta como experiencia subjetiva. Las rutas transitivas ̶ título de esta obra ̶ es ese paso del tiempo cambiante que nos deja inermes y que su autor afronta con valor y dignidad, reconociendo sus debilidades y sus fortalezas y expresándose con una transparencia emocional que se sublima mediante la utilización de recursos formales y de contenido que otorgan gran belleza al conjunto. Todo libro es producto de una etapa concreta de quien lo escribe. En este, el dolor y las sombras emergen y se expresan por su autor; pero también, una maravillosa esperanza que convierte la vida en una ruta ilusionante.
miércoles, 23 de julio de 2025
MEMORIA DE LA BARBARIE: ARQUITECTURA DEL SILENCIO, DE ALICIA AZA
En las webs de la Biblioteca de Escritoras/es Andaluces y de la Asociación Colegial de Escritores, Sección Autónoma de Andalucía, se ha publicado el análisis y crítica literaria que he escrito durante este año 2025 del magnífico libro de poesía de Alicia Aza Arquitectura del silencio (Valparaíso Ediciones, 2017). He de confesar que es uno de los mejores libros de poesía que he leído en los últimos tiempos, y cuyo tema central es de gran actualidad porque trata de importantes acontecimientos violentos desarrollados durante el siglo XX en el mundo y que desgraciadamente se están replicando con gran virulencia desde los últimos años hasta hoy en día. Dejo los enlaces:
https://www.bibliotecaescritoresandaluces.com/biblioteca/ensayo-y-critica-literaria/resenas-de-poesia/
https://www.aceandalucia.es/memoria-de-la-barbarie-arquitectura-del-silencio-de-alicia-aza/
Reproduzco el artículo:
Arquitectura
del silencio es el penúltimo libro de poesía, al día de
la fecha, de la poeta madrileña Alicia Aza, que fue editado por Valparaíso
Ediciones en el año 2017. A pesar de haber transcurrido varios años desde su
publicación, es de una actualidad absoluta habida cuenta de los acontecimientos
bélicos que azotan los diferentes puntos de la geografía mundial, porque el
libro trata precisamente de la violencia
y el terror de actos inhumanos de ese calibre en una historia reciente y no tan
reciente, del dolor que producen y de la necesidad de evidenciarlos a través de
la palabra, en este caso poética, y reflexionar sobre ellos.
El horror, el sufrimiento
colectivo y el exterminio de miles de seres humanos dejan tras de sí un
silencio aterrador definido en la arquitectura de la parálisis que la muerte,
la nada y la conmoción provocan. Arquitectura
del silencio se alza como una voz que, desde una poesía contemporánea, se
posiciona frente al anestésico olvido de la crueldad en el que parece que a
menudo estamos sumidos. Acostumbrados desde la perspectiva del país en el que
vivimos a recibir información diaria de enormes tragedias sobrevenidas por la
guerra y el genocidio en lugares como Ucrania o Gaza, entre otros, la
rememoración del pasado se hace imprescindible como posible antídoto al
permitirnos visualizar el sinsentido de la crueldad y el dolor extremos que
abren heridas en la historia de la humanidad.
El libro está conformado por
trece poemas identificados con números romanos, casi todos extensos, que
carecen de título porque en realidad se trata de trece etapas muy bien
elaboradas de un mismo discurso que se hilvana a lo largo de todo el poemario
mediante un itinerario de lugares y con una poética brillante dotada de
recursos estilísticos de peso. Uno de los más llamativos es la gran afluencia
de referencias extraliterarias que aparecen en todos los poemas, desde
acontecimientos históricos y bélicos, nombres de ciudades, lugares concretos,
obras literarias, escritores, obras pictóricas, compositores de música, etc.
Con ellas se consiguen varios objetivos: riqueza expresiva de los versos en el
plano formal, un camino muy bien definido, a menudo a través de las
sugerencias, una arquitectura (utilizando la misma metáfora del título)
conceptual que sustenta el discurso de fondo, y la consecución de un rango
intelectual de gran nivel que suscita el acercamiento al conocimiento.
El punto de partida que se
inicia en el poema I es el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau,
en el que fueron asesinadas más de un millón cien mil personas, constituyendo
uno de los principales temas del libro que trasciende su significación para
erigirse al mismo tiempo en símbolo de toda barbarie, como las que en la
actualidad se están produciendo en diferentes lugares del mundo, incluido
Oriente Medio. Por ello, entiendo desde una posición analítica que la
rememoración del genocidio nazi constituye en buena medida un espejo ante la
masacre que el gobierno israelí está perpetrando contra el pueblo gazatí,
replicando paradójicamente el exterminio que los nazis llevaron a cabo contra
los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
El 27 de enero de 2025 se ha
conmemorado el 80 aniversario de la liberación del citado campo de
concentración que dejó una huella imborrable en la historia de la humanidad no
tan lejana. Alicia Aza construye un relato poético con un eje axial que domina
en todo el libro que es el genocidio nazi. Desde ese hecho histórico de gran
envergadura, el sujeto poético realiza un viaje por diferentes zonas del mundo
en las que tuvieron lugar acontecimientos importantes durante el siglo XX que
giran en torno a la represión y la aniquilación del ser humano: «Operación
Tormenta del Desierto», la caída del Muro de Berlín, la Guerra de Vietnam, el
régimen represivo de Mao Tse Tung, la masacre de la plaza de Tiannanmen, el
atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, etc.
En el libro se produce una
perfecta armonía entre forma y contenido aunados por el ritmo uniforme del
verso endecasílabo. Con potentes recursos empleados por la autora, los mensajes
se elevan y penetran en la conciencia del lector/a. La exuberancia de
referencias extraliterarias construye una impresionante estructura simbólica
que gira en torno a la barbarie. Pero también el lenguaje en primera persona
usado a menudo para identificarse con las víctimas («lucha constante, bajo anti
misiles/patriot sobrevolando nuestros rostros»), la introducción de reflexiones
de calado («nuestros cuerpos expiran y con ellos/todo se desvanece como el
circo»), el ascenso de la intensidad tonal y emocional en determinadas estrofas
hasta la consecución de una cima expresiva, la interrogación retórica, la
ecfonesis, la enumeración intensificadora, etc. constituyen recursos
estilísticos empleados en este extraordinario libro que lo dotan de gran
belleza. La elipsis en ciertos versos consigue una sublimación significativa:
«¿Y las Mil y una noches?
Bataclán./¿Dónde El collar de la paloma?
Niza». Un tono desgarrador transita los poemas sincronizado con un elevado
lirismo como cuando dice «Cada vez que se es madre se crece,/se deslinda de ti
verde el futuro/como un dátil jugoso en el desierto».
Por otro lado, aparecen
superpuestos varios planos de significación en el libro. El primero de ellos
viene dado por el sentido literal de esas referencias extraliterarias. Estas, a
través de la simbología, nos conducen a la significación subyacente de los
acontecimientos aludidos en cada poema. Mediante la circularidad de las
composiciones, los hechos referenciados llevan al punto de origen que parte en
el poema I, siendo este el genocidio nazi. En el cuarto y definitivo plano, nos
encontramos con que el tema del Holocausto se convierte en sí mismo en símbolo
de todas las atrocidades acaecidas en el siglo pasado, extensivas a épocas
anteriores y desgraciadamente a la actual. Ese es el centro de gravedad del
libro que, a través de una palabra poética sutil, lírica y contundente a la
vez, plantea una reflexión acerca de la crueldad ejercida sobre miles de seres
humanos por regímenes represivos y sanguinarios, fundamentalismos religiosos,
grupos terroristas y cualquier forma de sometimiento y aniquilación de la vida
a lo largo de la historia de la humanidad.
Esta perfecta simbiosis
entre significantes y significados lleva a un lenguaje sublime, al asombro de
quien lo lee y al éxtasis, en palabras de Longino[1], en una poesía de máximo
nivel.
En el poema I la autora
manifiesta el compromiso ético de expresarse mediante la palabra poética («y un
talismán reclama mi presencia»). A partir de ahí comienza a introducir
referencias extraliterarias que sugieren pero que no son explícitas, dejando
pistas al lector o lectora de por dónde discurre el pensamiento de la voz
poética. Este recurso se reproduce a lo largo de todo el libro, de tal manera
que la vía de la sugerencia intensifica la significación de los mensajes y de
las emociones al incrementarse esta con la rica y exuberante simbología que los
elementos extraliterarios construyen. De esta forma, en el primer poema
menciona, por ejemplo, a Adorno sin especificar que fue un filósofo y músico
alemán que huyó del nazismo. En ese recorrido, el yo poético prosigue y eleva
algo más el tono expresivo mientras las emociones van acompasando esa
trayectoria porque siente su «soledad entre turistas».
Una sucesión de sustantivos
pertenecientes al campo semántico de la destrucción y la muerte continúan
marcando el camino por donde discurre el mensaje en este poema: gritos,
cenizas, lágrimas, coronas («de jacintos a los muertos»), guerra, asfixia… Todo
ello provoca en el yo poético un sentimiento de identificación con las víctimas
de la barbarie aún no citada explícitamente, hasta tal punto que se diluyen los
límites de su identidad real y asume la voz de una de las personas objeto de la
violencia más atroz («Nuestra piel transformada en deportados»). Este recurso
de entrada y salida del sujeto poético de sí mismo para introducirse en alguien
perteneciente a ese contexto desolador se reproduce en otros poemas del libro
para así manifestar su consternación.
De esta forma llega al
«campo», donde dirá: «y lo hago exiliada de tus besos/ante la oscuridad que me
devora», expresa la autora como si ella estuviera viviéndolo mediante una
traslación de la identidad que la emoción le provoca. Ese campo al que llega lo
identifica mediante la expresión «Arbeit macht frei», que constituye un nuevo
indicio, esta vez más revelador porque su traducción del alemán al español es
«El trabajo libera» y se trata de la frase colocada en los accesos de los
campos de concentración nazis con un macabro significado alusivo a la
extenuación y al exterminio de la multitud de personas allí detenidas.
Conforme avanza el poema el
tono va in crescendo, hasta que todo
ese camino de sugerencias que las referencias extraliterarias han ido trazando
culmina dentro de la última estrofa en un clímax expresivo y emocional en el
que se produce la revelación de la meta: Auschwitz-Birkenau. Es entonces cuando
el significante aparece nítido, liberado de los indicios, y con toda la carga
de significados que la denominación de ese campo de concentración conlleva. La
consecución de ese momento álgido del poema viene reforzada además mediante
versos de máxima tensión como «Auschwitz-Birkenau, lágrimas salvajes/donde el
llanto no tiene baluarte», y a través de enumeraciones de imágenes descriptivas
de paisajes desoladores y de la aniquilación humana («tierra enferma con nubes
de pizarra,/árboles de metal, troncos desplomados» y «Cuerpos amontonados,
mercancías/humanas como naipes [metáfora de la suerte] sepultados/de un solo
palo: rayas, rayas, rayas [reiteración intensificadora]». Este movimiento tonal
que va ascendiendo hasta su culminación en el clímax expresivo se repetirá en
otros poemas del libro como un recurso estilístico potente mediante el cual
Alicia Aza imprime un ritmo interno en los significados expuestos y, en
consecuencia, en las emociones y los mensajes indisolublemente unidos, porque,
como expresó Unamuno en su Última lección de cátedra (1934), «los sentimientos
son pensamientos en conmoción».
En el poema II el
acontecimiento histórico es la denominada «Operación Tormenta del Desierto»,
fechada en 1991. La autora recurre de nuevo a la voz poética-testigo al
introducirse en la piel de la víctima: «lucha constante, bajo anti
misiles/patriot sobrevolando nuestros rostros./¡Corramos a escondernos bajo
máscaras/de gas! Suenan campanas desvalidas». La ecfonesis es un recurso que
aparece en varios versos de este poema como se puede comprobar en los dos
últimos citados. Incluye además otras referencias contextuales y de carácter
simbólico como el Nobel de la Paz (1986) Elie Wielse, escritor norteamericano
que sobrevivió al Holocausto sobre el que escribió con profusión en su obra. De
esta forma, través del simbolismo del Nobel citado el yo poético vuelve de
nuevo a renombrar en el imaginario del lector/a el genocidio nazi. Se produce,
por tanto, un recorrido circular que regresa al centro de gravedad del poema I
(el Holocausto) y que lleva a la autora a reafirmarse en la idea de la
rememoración para no olvidar y del empleo necesario de la escritura para
llevarla a cabo.
En el poema III, sin mencionarlo
expresamente, la voz poética evoca el Muro de Berlín levantado durante la
Guerra Fría. Pero el vocablo ‘muro’ también constituye una metáfora contundente
porque simboliza la barrera física y moral que se levanta entre los seres
humanos («Los muros se levantan y destruyen/humillan las conciencias de los
hombres,/arrebatan el hálito de vida»).
En el poema IV ya no se
produce la evocación del hecho histórico sino que se menciona expresamente:
«Noviembre, arquitectura del silencio [de donde el libro toma el título]/El
Muro cae y nace la esperanza». A pesar
de la cual el yo poético expresa un lamento porque «Quizás nadie se acuerde de
los muertos,/de la separación de vidas libres». Una libertad suprimida como
consecuencia de la acción de «hombres inhumanos,/inexpertos amantes de la
guerra» y que deriva en un mundo sin vida («no nacerán flores») donde la misma
esencia del ser humano manifestada a través del deseo y del amor es reprimida
(«ni brotarán las llamas del desnudo/en los cuerpos de lavas estrangulados/frente
las comisuras del deseo»).
La pregunta retórica, que
Longino consideró fuente de sublimidad, es utilizada por Alicia Aza en el libro
para poner énfasis sobre algún aspecto y provocar conmoción en el lector/a. Así
ocurre en el poema V: «¿Se amarían algunos en la nada?», «¿Hablarían de amor la
Noche Buena?/¿Aunque fuera el crepúsculo del odio/una leve cascada de
ternura?». En ese contexto en el que el ser humano queda reducido a un cuerpo
ultrajado y violentado con destino a la muerte no queda resquicio para el amor
porque la subsistencia reclama el primer eslabón de las necesidades a
restablecer. Versos conmovedores nos hablan en este poema del dolor físico y
emocional con la ausencia del amor en un contexto de «atardeceres sin celindas»
cuando «La amatista recubre el corazón/fracasado…». Porque el discurso
desgarrado que Alicia Aza expresa en los poemas se realiza también, entre otros
recursos, mediante versos de extraordinario lirismo como los expresados o
cuando con gran belleza dice que en mitad del odio pudiera existir «una leve
cascada de ternura».
En este poema Auschwitz
sigue presente. No se nombra. Se sobreentiende. Y lo hace a través de las
emociones del yo poético en torno a la imposible manifestación del amor y de la
crueldad de hombres «extramuros del campo violentado» que crearon la barbarie
conscientemente («crueles conocedores y eruditos/de tiempos de exterminio y de
barbarie»); pero también a través de nuevas referencias extraliterarias que
hablan por sí solas mediante una estremecedora simbología: «Suena Mahler, sus
Kinder Totem Lieder»; es decir, las Canciones a la muerte de los niños de un
compositor y director de orquesta judío que fue denostado por los nazis.
La ausencia de la luz
aparece reiterada en las dos últimas estrofas del poema y metaforiza un mundo
oscuro de dolor y tormento. La oscuridad, como forma de privación junto a la
vacuidad, lo solitario y lo silencioso constituye, según Burke, fuente de
sublimidad.[2]
En el poema VI se suaviza el
tono desgarrador de la voz poética. Una ligera alusión al mayo del 68 en Madrid
ofrece un escenario de esperanza («construyen un tejido luminoso/y su sonoridad
levanta un cielo»). Un canto a la libertad se destila en estos versos con «esa
furia que anuncia el resurgir/de lo que la memoria aguarda siempre», un
nacimiento «ante la cercanía de la luna».
En el poema VII las
referencias extraliterarias aluden a la Guerra de Vietnam, que retrotrae en la
memoria otros conflictos bélicos pasados como fueron las guerras púnicas del
siglo III a. de C. («las pupilas cegadas por la historia/de una guerra,
susurros de Cartago»). Una sólida conclusión subyace en estos versos: la
historia de la humanidad replica una y otra vez el seísmo catastrófico de la
guerra.
Los guerrilleros del Viet
Cong «reptan» bajo la tierra y son «convertidos en insectos». El recurso de la
despersonalización da cuenta de seres desposeídos de su condición de humanos y
se manifiesta igualmente cuando dice «Comer, beber, dormir como roedores», que
son «testigos de las huellas de lo inútil», porque toda guerra carece de
utilidad y, al final, termina en páginas que «la memoria guarda en un ensayo».
El poema constituye en sí
mismo una reflexión de peso sobre la guerra, expuesta a través de la palabra
poética. Además de las referencias anteriores, por asociación de ideas se trae
a la memoria la intervención soviética en Afganistán (1979-1989) y se menciona
el Libro Rojo de Mao Tse Tung.
En la misma línea que el
poema I, la sucesión de imágenes extraliterarias que siguen en esta composición
va imprimiendo un ascenso de la intensidad emocional y discursiva hasta arribar
nuevamente en un clímax: se sugiere el conflicto de Indochina como parte de una
historia pasada frente al cual emerge ahora la poesía («Indochina se hundió y
florecen haikus»), prosigue con la angustia y la desesperación emocional
expresada a través de la simbología de la obra pictórica El grito, de Edward Munch, y continúa ascendiendo con los disparos
de «las Kalashnikov» que se contrapone al «no a la guerra» cantado por «Yoko
Ono». Es en la última estrofa del poema cuando se llega al punto álgido de la
intensidad expresiva y emocional con una imagen durísima: «El dolor de Kim Phuc
por el napalm/que detiene todo verso en el silencio». La niña de la guerra del
Vietnam a la que el fuego del napalm lanzado por aviones quemó toda su ropa y
dos terceras partes de su cuerpo mientras corría por la carretera.
Todo ese terror y ese
recorrido sobre la guerra conduce por parte de la autora a una elevada
reflexión centrada en la idea de que el paso del tiempo difumina la memoria de
la tragedia de la barbarie que termina banalizándose («Hoy todo es suvenir de
lo ocurrido,/un click en Instagram o un me gusta»), a pesar de lo cual se
resiste («pero nadie detiene a la memoria»). Es el mismo tiempo que define
nuestra finitud como seres humanos («nuestros cuerpos expiran y con ellos/todo
se desvanece como el circo»). La sublimidad y la profundidad de estos dos
últimos versos llegan a un máximo esplendor. El circo es un espectáculo itinerante,
una exhibición no permanente, como la guerra que, con toda la intensidad del
sufrimiento que arrastra, «se desvanece» y termina diluyéndose en la inmensidad
de la historia, al igual que la vida de cada ser humano porque todo es finito.
¿Qué sentido tiene entonces esa exhibición macabra de los conflictos bélicos y
de la aniquilación del ser humano? Es esta la conclusión que subyace.
Existe una fecha clave que
se menciona en el poema VIII (1989) para deducir que, cuando dice «Llegar a
Tiannanmen como a Berlín», «un muro y una plaza», se está señalando dos
acontecimientos históricos relevantes del siglo XX acaecidos en el mismo año:
por una parte, la durísima represión de las manifestaciones multitudinarias
lideradas por estudiantes chinos en la plaza de Tiannanmen de Pekín y, por
otra, la caída del Muro de Berlín que separaba la ciudad en dos y que se
produjo después de agitaciones populares, culminando varias semanas después en
la reunificación de las dos Alemania.
La introducción de nombres pertenecientes
al contexto histórico de Mao Tse Tung construyen el relato de la represión
llevada a cabo por él y el régimen político del país. Y en contraposición a los
mismos se citan a Lu Xun (escritor chino con ideas reformistas en el ámbito
lingüístico y social), además de a Jimmy Carter y a Gorbachov, ambos Nobel de
la Paz, y que en el poema simbolizan el espíritu humanista frente a la tiranía.
A lo largo de los poemas del
libro la autora va dejando reflexiones de calado que extrae de las
descripciones líricas y de las referencias introducidas en un camino discursivo
que, como hemos apuntado anteriormente, define la obra. Y aquí vuelve a ello
cuando expresa: «caminamos descalzos por los siglos/y son las tentaciones las
que duran/como una puñalada a los cometas». Es la historia de la humanidad,
conformada por seres desnudados por el tiempo, la que se pone en el foco de
atención cuando contraviene las leyes del universo.
El poema IX se inicia con un
traslado desde la China asiática hasta el ambiente de Chinatown de Nueva York,
destino de este viaje, concatenando así lugares distantes (el país y el barrio)
con idénticas culturas. Pero el lugar donde se dirige realmente es a la
denominada Zona Cero de dicha ciudad en la que se ubicaban las famosas Torres
Gemelas hasta su destrucción tras el terrible atentado yihadista del que fueron
objeto en septiembre de 2001. A raíz de esta gran hecatombe, la poeta
reflexiona acerca de la vida y la muerte («Solo existe la muerte en los que
viven,/los muertos no conocen alfabetos/ni guardan la memoria de los dioses»),
que enlaza con otra importante reflexión sobre el sentido de las religiones en
sus distintas variantes y el papel que han jugado y juegan en la historia de la
humanidad, sobre todo cuando constituyen el punto de partida de la
intransigencia, la radicalización, la violencia y el asesinato.
A lo largo del poema fluyen
imágenes de un paisaje desolador perteneciente al núcleo de la misma tragedia
del atentado, contraponiendo esa «libertad hecha estatua, domadora/de militares,
zares y fascistas» (la significación de la Estatua de la Libertad en sentido
amplio) frente a «los andamios y la pena,/abiertas cicatrices supurantes», en
un lugar donde «Sólo cabe el silencio ante la muerte».
La secuencia de
descripciones sobre la catástrofe del atentado imprime una intensidad
ascendente en la misma línea que en poemas anteriores. El escenario de la
destrucción se describe a continuación mediante una enumeración de sustantivos
con la que se alcanza la cima del desgarro, pertenecientes al campo semántico
de la muerte.
Finaliza el poema con un
verso contundente: «Existe un gen que mata y asesina». Es decir, la crueldad
manifestada en el asesinato, contraria a la racionalidad y a la bondad, emerge
del interior de aquellos que la llevan a cabo y constituye la condición
personal en la que se halla la raíz del mal procedente de la especie humana.
En el poema X el destino del
viaje es España, con un punto de partida: el advenimiento de la democracia tras
la muerte de Franco y la libertad restablecida en el país. Pero el tema central
del poema gira en torno a la acción de la banda terrorista ETA, primero en el
año 1996 con el secuestro de José Antonio Ortega Lara, y un año más tarde con
el asesinato de Miguel Ángel Blanco. La autora manifiesta emociones que giran
en torno a lo inhumano del secuestro. El verso «Somos agua estancada por la
ira» nos trae a la memoria uno de los símbolos de la muerte utilizado por Lorca:
el agua estancada. En relación con ello, la descripción física de la imagen de
Ortega Lara cuando fue liberado acentúa lo terrible del sufrimiento al
referirse a él con la impresionante sinécdoque «huesos de cementerio que
caminan». El desgarro se interioriza en ella y por eso dice que «Nuestra vida
es un zulo tenebroso», convirtiendo así en metáfora del terror el espacio
físico en el que fue encerrado. Respecto al asesinato de Miguel Ángel Blanco
por parte de ETA, la antítesis entre ‘voz’ y ‘silencio’ intensifica el mensaje
y lo concentra: «La voz de Miguel Ángel Blanco muerto./Su silencio en un campo
profanado/por los que nos han hecho sus esclavos».
En el poema XI el sujeto
poético llega a Serbia a través de la poesía («Es la poesía quien me lleva a
Serbia»), en donde existen «sombras de Yugoslavia calcinadas», haciendo referencia
con este verso a las guerras yugoslavas de los años 90 del pasado siglo que
terminaron por desintegrar la República Federal Socialista de Yugoslavia
formada, entre otros territorios, por Serbia.
En la composición XII se
produce un traslado desde Egipto hasta Bucarest, lugares y épocas distantes
pero en los que las luchas de poder llevan a un mismo punto de inhumanidad. Por
eso dice la autora que «De Egipto a Bucarest no pasa el tiempo». Con esta
premisa sitúa en igual plano los esclavos que construyeron las pirámides y los
muertos «en el Palacio del Pueblo», actual sede del Parlamento rumano. Tanto
Nicolae Ceausescu como su mujer, Elena, se mencionan en el poema, referenciando
así la autora sutilmente (y sin concretarlos) los episodios históricos en los
que en esta ocasión la mirada poética dirige su atención y que parten de la
brutal represión del régimen comunista de Ceausescu («asfixiando las bocas de
los hombres»).
En esta composición los
binomios de vocablos relacionados o contrapuestos entre sí se suceden:
cielo/tierra, Praga/París, Caín/Abel y Rómulo/Remo. Cada par construye un
significado de forma inteligente. Con las dos capitales citadas se rememoran en
el imaginario del lector/a la Primavera de Praga y el Mayo francés, hechos que
acontecieron en 1968. Los binomios Caín/Abel y Rómulo/Remo («Siempre Caín y
Abel, Rómulo y Remo») simbolizan el mal y el bien así como la lucha entre
hermanos que lleva al asesinato de uno de ellos cometido por el otro; la misma
lucha cruenta que recorre los rincones del planeta y de la historia entre los
seres humanos, miembros de una misma estirpe, porque, como expresa la autora,
ellos «habitan en nosotros como cuervos».
Los cuatro últimos versos
del poema lo cierran con gran belleza. En ellos la poeta manifiesta un hálito
de esperanza a través de la escritura centrada en el amor, que está
metaforizado por el cedro: «Me pesan las estrellas en los dedos/y un manto
luminoso me estremece./Hay un cedro en mi boca de azabache/y en los raíles del
tren muere la niebla».
El poema XIII, un poema
extenso con el que se concluye el libro, constituye un dechado de sublimación y
de poesía de gran altura ya manifestada en las composiciones anteriores de esta
obra. En él se produce una concentración de los recursos estilísticos ya utilizados
anteriormente que provoca una lectura de intensa emoción para los amantes de la
buena poesía. La estructura simbólica creada a través de las referencias
extraliterarias se hace más sólida aquí, siendo en algunos versos más
impactantes; y, en combinación con la pregunta retórica, la sublimación a
través del dolor y la reflexión incisiva, entre otros recursos, llevan a una
elevación inigualable del lenguaje poético.
Los dos primeros versos
introducen de lleno el mensaje inicial: «Cada día un cadáver que
llorar,/Occidente se hunde ante DAESH» en alusión a los atentados perpetrados
en diferentes lugares de Occidente por el denominado Estado Islámico. Esta ruta
comienza con la durísima imagen del niño sirio de tres años encontrado muerto
en 2015 en la playa de Bodrum (Turquía) en un contexto de crisis humanitaria
siria provocada por los ataques del DAESH. La autora desearía tener una
escritura que trate sobre la belleza, el destino y el carpe diem, simbolizada en el conjunto de poemas del escritor persa
del siglo XI Omar Khayyam (que no se menciona en el poema), titulado Robaiyat.
Sin embargo, su compromiso ético le lleva a escribir sobre la tragedia de Aylan
Kurdi, nombre del niño ahogado. Este discurso hay que extraerlo de los tres
siguientes versos en los que se sintetiza de manera extraordinaria: «Quiero
escribir Robaiyat, pero escribo/Aylan Kurdi, silencio ante la playa/con las
olas del éxodo en Bodrum». Es encomiable la posición humanista de Alicia Aza
cuando a través de esta composición saca del anonimato al niño muerto
trágicamente al dejar impreso su nombre y apellido de manera indeleble en este
libro de poesía caracterizado, entre otros rasgos, por la exposición de un
compendio histórico de acontecimientos bélicos y violentos provocados por la
crueldad irracional de individuos y sistemas opresores. Frente al «silencio
ante la playa» y «el niño que muere sin respuestas», ella ofrece su palabra
poética que desafía al olvido más irreverente.
Y desde Turquía un nuevo
traslado imaginado la lleva a Budapest, que al mencionarla junto a las
expresiones «…inmenso campo/de bocas en silencio…/desgarro en los alambres de
la muerte» nos evoca la deportación de los judíos húngaros en 1944 y
siguientes, y los campos de concentración del Holocausto, tema recurrente en
este libro.
Surge una reflexión acerca
de la falta de humanidad («El hombre se vacía de sí mismo») mediante
comportamientos impulsivos e irracionales («Vivimos en un mundo
pasional,/matar, amar, orar; y siempre miedo») de «hombres sin bandera». Las
figuras retóricas de la enumeración y del asíndeton con los verbos citados de
significados intensos («matar, amar, orar») acentúan la emoción expresada.
El recurso de la sugerencia
llega en este poema a su máximo nivel mediante la expresión elíptica
concentrada en dos versos con un lenguaje poético extraordinario en los que se
produce una perfecta comunión entre significantes (de carácter simbólico) y
significados: «¿Y las Mil y una noches?
Bataclán./¿Dónde El collar de la paloma?
Niza». Destaca en ambos, tal como hemos apuntado, una elipsis que
paradójicamente resulta reveladora de mensajes de calado. Por otro lado, se
utiliza la pregunta retórica por la que en realidad se está manifestando
afirmaciones. Asimismo, caben resaltar: el paralelismo entre ambos versos, la
mención de dos obras literarias de épocas lejanas que simbolizan la orientación
moral y el amor, respectivamente, y una respuesta después de ellas que viene
dada por el nombre de dos ciudades. Ni una afirmación aparece de forma
explícita en cada uno de los dos versos y, sin embargo, lo dicen todo. Esa es
la grandeza de la poesía: la utilización de vocablos y expresiones que sirven
de materia prima para esculpir y expresar algo diferente de su sentido literal.
Puro arte literario. Las Mil y una noches
nos lleva a mundos fantásticos y tiene un carácter moralizante. Frente a la
pregunta sobre la existencia en la actualidad de la moralidad y la virtud que
simboliza la obra citada, la respuesta es «Bataclan», sala de espectáculos de
París en donde en 2015 se produjo un atentado terrorista por radicales
yihadistas. El collar de la paloma,
libro escrito por Ibn Hazm en el siglo XI, trata sobre la esencia del amor, y
con él se metaforiza. Frente a la pregunta aparentemente velada sobre dónde se
encuentra el amor en las actuaciones humanas, formulada a través de la
simbología del citado libro, nuevamente la respuesta se produce mediante el
nombre de una ciudad, «Niza», en la que un año después del atentado
referenciado de forma implícita en el verso anterior, se llevó a cabo otro por
parte de un hombre que se había radicalizado en la misma línea terrorista y que
de forma deliberada condujo un camión contra una multitud de gente. Se trata,
por tanto, de dos versos en los que la elipsis absolutamente concentrada
conduce a un lenguaje poético sublime.
Otros atentados perpetrados
en 2016 son aludidos a través del nombre de las ciudades donde se produjeron,
hechos que inexorablemente acaban con los sueños o ilusión vital («Muerte en
Bruselas, Munich y los sueños»).
En la siguiente estrofa la
poeta reflexiona acerca de la existencia y sobre las luchas de poder. El amor y
el lamento nos hacen iguales y, sin embargo, son esas luchas de poder
protagonizada también por las religiones las que distinguen a unos seres
humanos de otros. Por eso expresa: «Budistas, musulmanes y cristianos,/todos
agonizantes ante el miedo».
Frente al olvido («Vivimos
en un mundo sin memoria»), la autora retoma el recuerdo de Auschwitz-Birkenau
sintiéndolo como vivencia propia («quiero recordarme en Auschwitz-Birkenau»),
recurso ya utilizado anteriormente por el que se identifica con las víctimas
(«Siento consternación y lloro sangre, [obsérvese la profundidad del dolor que
implica decir “lloro sangre”]/mi mente anestesiada con bromuro/desprendido del
sueño de los nazis»), al tiempo que la intensidad del tono expresivo y
emocional vuelve a tomar una inercia ascendente mediante enumeraciones de
vocablos pertenecientes al contexto de los campos de concentración
(«barracones, alambres, pinchos, huesos…»), y otros recursos estilísticos como
las anáforas y la introducción de elementos descriptivos de ese ambiente
(«Moriré cada vez que suba a un tren/desnuda bajo duchas de hojalata/…/Moriré
ante un zapato abandonado,/…Moriré ante la mirada famélica/de verdugos y
víctimas oprimidos/bajo la oscuridad cruel de los hombres»).
La autora concibe el olvido
como un castigo («El castigo es la falta de memoria»). Y, sin embargo, después
del Holocausto han continuado los asesinatos colectivos y en masa con cruentos
desenlaces que se repiten en la historia, como estamos viendo en la actualidad.
Un nuevo mensaje relevante
en la significación de este libro surge a continuación: el genocidio de la
población judía en el periodo de la Segunda Guerra Mundial se sitúa en el mismo
plano que la durísima represión llevada a cabo a través de trabajos forzosos
por la antigua Unión Soviética en los gulag y por la República Popular China en
los laogai. De tal manera que el Holocausto nazi se convierte en sí mismo en
otro símbolo, esta vez de la crueldad y el exterminio de seres humanos que
determinados regímenes políticos y fundamentalismos religiosos han ejecutado y,
desgraciadamente, siguen haciéndolo. Esta simbología, como ya he apuntado con
anterioridad y desde mi punto de vista, nos sitúa en la actualidad ante el
exterminio y la crueldad llevados a cabo en Gaza, entre otras poblaciones y
conflictos del mundo.
Todo ello lleva a la autora
a una contundente conclusión: «El gen de matar vence a la memoria», lo que
provoca el silencio del «que observa» y «una herida» abierta (y, por tanto,
expuesta) al «conocimiento».
A partir de la finalización
de esta estrofa se produce una pausa con una clara intencionalidad expresiva y
semántica. El poema parece concluir, pero no sucede así. La autora abre un
espacio de silencio y reflexión en la lectura para intensificar lo que a
continuación se dice en un único y último verso aislado con el que se cierran
el poema y el libro de forma magistral. En él de nuevo se concentra la
sugerencia de lo que ella quiere transmitir como vía para amplificar el
mensaje, utilizando además para tal fin la pregunta retórica y la ironía con el
vocablo ‘héroes’, en referencia a los que ejecutan la iniquidad más cruel
contra otros seres humanos y cuyas ideas se desvían por el camino de la vileza
mientras proclaman el delirio de su propio enaltecimiento. El verso dice: «¿Y
qué sueñan los héroes mientras duermen?». La sublimación en el lenguaje poético
alcanza aquí cotas elevadas.
Por otra parte, esta obra, a
través de sus referencias extraliterarias, constituye un compendio cultural e
histórico que alimenta el conocimiento y suscita su indagación. Hay que conocer
la historia para comprenderla a través de una mirada crítica. Este
planteamiento humanista es imprescindible en la sociedad actual en la que los
valores dominantes pervierten y condicionan el rumbo de los acontecimientos,
sobre todo en los últimos tiempos con gobernantes de claro perfil autárquico y
con guerras y genocidios que se están produciendo en diferentes geografías del
planeta.
Arquitectura
del silencio es un
libro de la más alta poesía que evidencia el dominio por parte de su autora del
lenguaje poético así como su profunda concepción humanista manifestada mediante un
continuo cuestionamiento de los valores contrapuestos a la vida y al amor, y de
una posición enfrentada al absurdo y la vileza de la crueldad y la aniquilación
de seres humanos. Desde esa perspectiva, Alicia Aza asume la palabra poética
desde el compromiso ético que insiste en rememorar para no olvidar, posición
imprescindible en la historia actual porque ese no olvidar implica poner en
tela de juicio cualquier atentado contra el ser humano, provenga de donde
provenga. Poesía y conocimiento se aúnan así en un libro conmovedor y lírico,
inteligente y sublime, rico en expresividad y profundo.
El conjunto de la obra de
Alicia Aza muestra su relevancia como poeta en el panorama literario actual. Pero,
además, puedo afirmar objetivamente y sin temor a equivocarme que Arquitectura del silencio es uno de los
mejores libros de poesía escritos en lengua española en los últimos
tiempos.
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Alicia Aza es poeta y
escritora, abogada en ejercicio y autora de ensayos de derecho mercantil. Es
vicepresidenta de la Asociación Internacional Humanismo Solidario. Ha elaborado
textos líricos para la ópera de Mozart THAMOS, con la producción de la Fura del
Baus bajo la dirección de Carlos Padrisa, estrenada en Salzburgo en 2019. En
poesía ha publicado El libro de los
árboles (Finalista del Premio Andalucía de la Crítica, 2011), El viaje del invierno (Premio
Internacional de Poesía Rosalía de Castro, 2011), Las huellas fértiles (2014), Arquitectura
del silencio (2017) y Al final del
paisaje (2021). Su obra ha sido traducida a varios idiomas.
[1]
PSEUDO-LONGINO (siglo I): Sobre lo
sublime.
[2] BURKE,
EDMUND (1757): Indagación filosófica
sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, (p.
52) apud MARTÍN PRADA, JUAN: “Lo
sublime y lo bello según Edmund Burke” (p. 5). Curso “La Estética
y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”
Consultado en: https://www.juanmartinprada.net/imagenes/transcripcion_videopresentaciones_sobre_edmund_burke.pdf
VÍDEO "LA CARICIA"
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