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sábado, 18 de octubre de 2025

SOMBRAS Y ESPERANZAS: LAS RUTAS TRANSITIVAS, DE JOSÉ MARÍA MOLINA CABALLERO




Sobre el libro de poesía Las rutas transitivas (Editorial Ánfora Nova, 2024), de  José María Molina Caballero, he publicado un artículo y crítica literaria en la Biblioteca de Escritores Andaluces y en la web de la Asociación de Escritores de España-Sección Autónoma de Andalucía (ACE-A), cuyos enlaces son los siguientes:

  https://www.bibliotecaescritoresandaluces.com/sombras-y-esperanzas-las-rutas-transitivas-de-jose-maria-molina-caballero-%CC%B6-analisis-y-critica-literaria-%CC%B6/

https://www.aceandalucia.es/sombras-y-esperanzas-las-rutas-transitivas-de-jose-maria-molina-caballero-%CC%B6-analisis-y-critica-literaria-%CC%B6/

Reproduzco a continuación el texto:

Por Fuensanta Martín Quero

Las rutas transitivas (Editorial Ánfora Nova, 2024), es el último libro de poesía de José María Molina Caballero, escritor nacido en Rute (Córdoba), con una amplia y reconocida trayectoria literaria de publicaciones, fundamentalmente en el género lírico, y editor de prestigio, fundador y director de la editorial y revista literaria Ánfora Nova, que además ha recibido numerosos premios y distinciones.

El libro lo abre un magnífico y minucioso prólogo de Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla y escritor.

Ya el título de esta obra nos da un claro indicio del discurso poético que nos vamos a encontrar en su interior porque esas rutas transitivas son realmente caminos vitales que van sucediéndose. El adjetivo ‘transitivas’ entronca con el verbo latino transire que da idea de tránsito o paso de un lugar o estado a otro. Significa, pues, movimiento transformador y evolutivo, en este caso a través de caminos o rutas identificadas por su autor.

El libro, de gran belleza lírica, se sustenta en una estructura homogénea y coherente con el verso endecasílabo blanco como base que confiere un ritmo global al conjunto de las composiciones que lo conforman. Se inicia con un poema introductorio o “INTROITO”, prosigue con cuatro partes identificadas como cuatro “rutas”, cada una con catorce poemas, y concluye con una última composición como “EPÍLOGO”.

El poema inicial, titulado “INTROITO: El paisaje cóncavo del viento”, como bien se indica, introduce el poemario. Merece la pena pararse en el análisis del mismo porque en él se concentran las claves esenciales del libro.

De su título se infiere una contraposición de significados (que no obstante se complementan entre sí) de los vocablos ‘cóncavo’ y ‘viento’. El primero de ellos sugiere interior y, en consecuencia, introspección. El segundo, libertad de movimiento, flujo, transcurso. Con ello se pretende abarcar las dos cualidades fundamentales del poemario: por un lado, la mirada introspectiva de las vivencias y emociones del sujeto poético, y por otro, un eje temático esencial del libro que es el tiempo en constante movimiento (metaforizado aquí por el vocablo ‘viento’). Si bien en esta obra la expresión de ese tiempo llega a ser dual en el sentido de aparecer como tiempo exterior caracterizado por su fugacidad (tempus fugit) y como tiempo interior determinado por la experiencia subjetiva del yo poético.

El primero (el tiempo físico) impele al ser humano hacia otros lugares que, en realidad, son otras etapas de vida, en un devenir que lo deja desposeído de sus vivencias pasadas y lo aboca hacia un abismo de enigmas en el que se siente vulnerable. Por ello expresa de forma introductoria: “El tiempo es siempre el bálsamo primero/del dolor y sus cráteres de sangre”. En este espléndido poema aparecen “encinas rotas de nostalgia”, “Lunas de atardeceres furtivos” y se menciona “la memoria de tu voz desnuda”; figuran además “avenidas de la niebla” y un “sol misterioso de los sueños” que evidencian la existencia del enigma del paso del tiempo, e igualmente “viajes interiores” en los que encontramos “rutas/policromadas de melancolía” porque el tiempo “nos merma sin tregua”.

La vida se conceptúa desde ese transcurso inexorable que da lugar a recurrir a la memoria como forma de mitigar sus efectos, pero simultáneamente la nostalgia y la desazón invaden al sujeto al que se dirige el yo poético en este poema (segunda persona del singular), que se deduce que es él mismo, y a una primera persona del plural que no se nombra pero que está de fondo. Como vía de salvación se otorga importancia a la palabra (“la fecundidad de las palabras”) en la memoria y en el devenir frente a las “sombras” que “resplandecen”, paradoja que intensifica la expresión de su desolación. Igualmente otorga relevancia a los sueños (“el sol misterioso de los sueños”) que constituyen “luz inmarcesible” que fulge en mitad de la niebla (metáfora de opacidad y ceguera en el camino de la vida). La desazón del sujeto poético es revertida así mediante la memoria, la palabra y los sueños en un ejercicio de introspección en el que se produce un balanceo emocional entre la percepción neblinosa de la vida y la supervivencia interior que le permiten los recuerdos, la palabra en libertad y el poder de la imaginación. Esta perspectiva se reproduce a lo largo de esta obra.

Como producto de la mirada introspectiva, el yo poético elabora un monólogo en todo el libro que fundamentalmente se expresa en primera persona, o bien se dirige a un tú (a menudo espejo de sí mismo, con algunas excepciones) o a un nosotros (primera persona del plural que engloba a los demás seres humanos con carácter universal). Afloran, además, un número considerable de aforismos en los versos finales de los poemas que, en palabras de Vázquez Medel son “Fruto de una profunda depuración, acrisolada la palabra en el frágil recipiente de la vida” (p.19).

Por tanto, es en este primer poema introductorio en el que se concentran los aspectos fundamentales temáticos del libro. Uno de los cuales y de gran peso, como hemos indicado, es la fugacidad del tiempo o tempus fugit, que produce en el sujeto poético desazón y nostalgia por el tiempo pasado y, a menudo, esa desazón se extiende ante la perspectiva del tiempo futuro por lo que tiene de incierto. Emociones que son concebidas metafóricamente como “naufragios” o “zozobra”.

La incertidumbre, los enigmas que conciernen a la vida y a la muerte, le provocan un vacío existencial que, a su vez, da lugar a que se perciba a sí mismo y al resto de los seres humanos como vulnerables en un tiempo que nos somete. Esta percepción se repite a lo largo de muchos poemas. Por ejemplo, en “Arquitectura del tiempo” el pasado se ve distante y roto (“la distancia rota del pasado”) en tanto que él siente necesidad de conocer los enigmas (“jeroglífico con trazos ocultos”, “Preguntas por las claves de las piedras/adosadas a tus ojos metálicos”). Asimismo, en el poema “La presencia del cosmos” el yo poético siente dolor emocional como consecuencia de la oscuridad que vive en el tiempo, un vivir que lo hace cautivo en un transcurrir incesante de forma zozobrante (“La vigilia se escapa de mis ojos/en su ruta cautiva de zozobra”).

El vocablo ‘cosmos’, así como otros pertenecientes al mismo campo semántico como ‘universo’ y ‘firmamento’ que aparecen en los poemas, llevan implícito en su significado el concepto de misterio, ante lo cual el ser humano se halla indefenso y así se siente el poeta. Esta indefensión es dolorosa para él, y esto le conduce a expresarse a menudo con desgarro.

Por otra parte, la dualidad en la concepción del tiempo como tiempo físico y como tiempo subjetivo, que ya se deduce en el poema introductorio, la podemos encontrar también en otros como “Murmullos de nostalgia”,introducido por una cita de Cesare Pavese que dice “No se recuerdan los días/se recuerdan los momentos”. Se trata de la percepción subjetiva del transcurso vital en el sentido concebido por Henri Bergson; es decir, como experiencia interna del sujeto a la que pertenecen las sensaciones y emociones, que no son estáticas, sino que son temporales y van cambiando como esas rutas transitivas que definen este magnífico libro. 

En “El palpitar del tiempo” se ofrece una visión amable de este porque se conceptúa no como transcurso que lleva al miedo, sino como “latidos de los días” que producen gozo. Es un tiempo subjetivo que más bien constituye en este poema vivencia plena, experiencia del instante gozoso. Por tanto, se contraponen implícitamente el tiempo físico que pasa fugazmente y el instante vivificante, con claras reminiscencias de los planteamientos de Octavio Paz en cuanto a esta distinción.

Esa dualidad la encontramos igualmente en el poema titulado “El espejo de los días”, sin olvidar que el tema central es el tempus fugit: “El tiempo de nacer es el primero/pero son otros tiempos los que viven/dentro de nuestros ojos y se miran/al espejo de los días con descuento”. La expresión “con descuento” hace referencia a la finitud del ser humano.

Por otro lado, el tono apesadumbrado domina el libro. Sin embargo, tras él, surge a menudo un hálito de esperanza que puede llegar a través de los recuerdos o de los sueños, como se ha visto en la primera composición. La memoria y la imaginación cobran protagonismo en medio de la desazón y el desgarro como formas lenitivas de hacer posible una vida menos dolorosa e, incluso, placentera. Así, en el poema “La arrogancia del éxito” el tono esperanzador emerge con el sobrecogimiento ante la belleza contemplada en el edificio de la Ópera de París. Merece la pena detenerse en este poema por los recursos de extraordinaria calidad lírica que ofrece.

En un cuerpo estrófico central se describe el esplendor y lo sublime del citado y emblemático edificio frente a una última estrofa compuesta por solo dos versos donde se enfrenta ese esplendor anteriormente descrito con el escenario real de la vida que no se corresponde con el anterior. Ante ello, recuerda su soledad con “palabras incisivas”.

Por otra parte, se establece una identificación de la descripción de elementos arquitectónicos del edificio con el olvido y el paso del tiempo; también con el presagio (o miedo) en los versos: “La marmórea grandeza del olvido”. Se identifica la frialdad del olvido con la del mármol, imponente por su grandeza.

El tono esperanzador aparece ante la contemplación de lo sublime del arte como cuando expresa “arquitecturas del silencio roto/en el sol del jardín de las delicias”, en el que se produce una contraposición entre ambos versos. El primero de ellos de tono angustioso, mientras que en el segundo “jardín de las delicias” es expresión de la belleza.

Sin embargo, la belleza externa no es lo que ansía el poeta. En esta composición se describen elementos decorativos del teatro de la Ópera de París que ensalzan el esplendor del espacio físico y que prosigue cuando “…la orquesta vibra/y exhala sus arpegios en el templo” (el teatro de la Ópera lo eleva a la categoría de templo). Describe como sublime todo ello (“con las pasiones del arte y sus rutas/de alegorías que habitan lo sublime”). Todas son descripciones elevadas: elementos arquitectónicos, escultóricos y decorativos, la música de la orquesta… Y las mismas contienen esperanza, vibración, pálpito, esplendor, que el poeta interpreta como éxito. Sin embargo, este “no es siempre/el mejor escenario de la vida” porque existen otras situaciones que son sombrías y que no se nombran expresamente en el poema, cuya elipsis, paradójicamente, nos da cuenta de la existencia de otros escenarios que permanecen en la penumbra de la desazón.

Una de las consecuencias de la oscuridad de lo enigmático y del transcurrir de la vida impelido por el tiempo es el miedo. El sujeto poético se desnuda emocionalmente en el libro y deja transmitir lo que siente con una honestidad que procede de la humanidad profunda del poeta. José María Molina Caballero no se disfraza para expresar aquello que siente y utiliza un lenguaje poético sutil, con recursos estilísticos poderosos, para intensificar en el plano lírico las emociones y las percepciones expuestas en este conmovedor poemario. Por ello, no titubea en reconocer su vivencia del miedo, pero también su experiencia al enfrentarse a él.

En “Los destellos del miedo” se está ante una emoción intensa que él siente. “Los temores discurren por el aire/…/nos hipnotizan con surcos de fuego”. Se utiliza el recurso de la personificación. El poeta reflexiona sobre el miedo: hacerle frente para que no nos venza. Temores que “nos paralizan por dentro y por fuera/y devoran la luz de nuestros ojos”.

Pero ¿a qué tenemos miedo? Y él concreta que “a lo desconocido” y “a lo inesperado” (¿la muerte, tal vez?). La muerte queda latente. El miedo se convierte en un “mar arrogante” que nos aparta en su “rauda penumbra” (velocidad y oscuridad del miedo, negritud).

Sin embargo, siguiendo la tendencia de todo el libro, el poeta ve siempre un resquicio, una puerta abierta detrás de la pesadumbre, y por ello en este poema dice en el aforismo final que “Tan sólo la esperanza rompe el miedo/ y sus alas marchitas de verdades”. La forma verbal “rompe” es otra personificación. El último verso citado alude a las inconsistentes verdades del miedo porque se está ante emociones intensas no racionales.

En “Ecos imposibles” el sujeto poético se refiere al miedo con “sus perversos laberintos”. Al mismo tiempo siente vacío en un tiempo introspectivo en el que no existen respuestas (“y sus silencios de ecos imposibles”). Confiesa además de forma transparente “y sigo solo con mis pesadillas”, manifestando así la existencia de un miedo profundo.

Una de las expresiones de dolor que aparece en más de un poema del libro es lo cruento. La sangre es la manifestación más evidente de la herida y Molina Caballero la menciona con desgarro emocional. Así, en el poema “Druida” concibe que la vida traiciona y provoca dolor, siendo su máxima expresión la sangre, la herida abierta: “En los taludes de la vida lloras/y tu sangre derrama su traición”.

Por otra parte, la zona bucal del cuerpo es mencionada frecuentemente a lo largo de los versos haciendo referencia a la oralidad, la palabra pronunciada, que constituye una de las fuentes de dolor (por su carencia) o de arma frente al mismo (cuando puede manifestarse). Lo que evidencia la importancia que el lenguaje y la comunicación tiene para el autor. No hay que olvidar que el lenguaje nutre la identidad del ser humano. Así lo concibió Octavio Paz en El arco y la lira cuando dijo: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad”.  

Respecto al primero de los sentidos citados, en “Númerus clausus” un silencio tormentoso da lugar a una falta de comunicación oral. Menciona “su lengua rota” aludiendo con ello fundamentalmente a las limitaciones del lenguaje y a la imposibilidad de expresarse. El título “Númerus clausus” simboliza el límite.

En cuanto al segundo, en el bellísimo poema “Los taludes tiernos de tu voz” el sujeto poético se expresa con un tono amable dirigiéndose a una segunda persona del singular que tiene proximidad con él, que lo reconforta, y cuya voz le proporciona felicidad y ternura,  dando lugar a que la “escarcha” (frialdad) sea transformada gracias a esa ternura que recibe.

Se produce, pues, un balanceo emocional que transita el libro, desde una expresión desgarrada y sombría a un tono claramente esperanzador con que el contrarresta la percepción inicial. Incluso en determinados poemas abandona la pesadumbre para manifestar una visión gozosa y placentera de la vida, lo que se percibe ya desde algunas composiciones de la segunda parte del libro o “rutas”.

De esa segunda parte es el poema “Fertilidad”. En él se deja a un lado la desazón y se sustituye por un canto a la vida que el mismo título lleva implícito. Es un poema musical, con imágenes muy bellas como cuando se dice “La tierra humedecida de tu cuerpo”. La lluvia, el agua, metaforiza la vida y la fertilidad.

Y también, en “Horizontes de armonía” el tono nuevamente se suaviza, el tiempo se contempla con serenidad y las emociones se califican “libres y fecundas”, a pesar de que el cosmos sigue siendo “misterioso” y “nos vence/con sus designios de luz apacible”.

Como metáfora de esta composición cabe resaltar la imagen “los ojos del sol”, que son en realidad los rayos del sol. Al mismo tiempo simboliza la belleza de la vida.

Se describe aquí un tiempo que acaricia y que no produce desazón. Por ejemplo cuando dice “El tiempo se detiene placentero/en un sueño perenne de verdades”. Es decir, no existen enigmas, todo es placer y claridad “con emociones libres y fecundas”. Y, pese a que “el cosmos” sigue siendo “misterioso” y “nos vence”, en este poema lo hace “con luz apacible” y “suaves eclipses”.

Se expresa, asimismo, el gozo de la vida (“territorios de gozos y suspiros/con trazos de radiantes atributos”). Otros versos donde se manifiesta la belleza son “Una lluvia de luces y cometas/refulge sobre los rostros del cielo”. El refulgir es una manifestación de plenitud, de belleza. “mientras los ojos del sol acarician/con la suavidad lenta de la seda”: percepción placentera y sosegada de la vida.

Tal como anuncia el título de este poema todo lleva a la armonía.

Por otra parte, como ya adelantaba el poema introductorio del libro, a lo largo del mismo los sueños (la imaginación), la memoria (o recuerdos) y la palabra (es decir, la comunicación) constituyen formas de afrontar la oscuridad y el dolor.

Así en el poema “Rutas ingrávidas” el autor sitúa frente a la incomprensión de la vida y el transcurrir del tiempo el poder de la imaginación como vía de escape (“En mis sueños levito con placeres/palpitantes de triunfos y emociones”). El mismo título, “Rutas ingrávidas”, es metáfora de los sueños y de la imaginación. Esta es reparadora y constructiva (“rompe mis temores/y edifica los nuevos universos”). Por tanto, la imaginación diluye el miedo.

En “Arpegios de melancolía” el poeta otorga importancia al sonido, lo que se va repitiendo en más de una composición del libro. De hecho, el título utiliza un vocablo propio del campo semántico de los sonidos (arpegios). Y en esta obra aparecen con frecuencia términos pertenecientes a ese mismo campo semántico: voz, cánticos, ecos… Hay que recordar que la expresión oral es sonido y es comunicación que el sujeto poético desea o a la que recurre para paliar su soledad en un cosmos silencioso.

El silencio, como sustantivo antitético del sonido, recorre igualmente el libro arrastrando consigo una carga emocional de peso.

En “La luz de los recuerdos” estos se perciben con alegría, no con melancolía, y aquí se contraponen al olvido.

Entre las sombras y las esperanzas se producen oscilaciones en los poemas y el autor es consciente de que sus percepciones sobre el tiempo y la vida son fluctuantes, lo que manifiesta con nitidez, por ejemplo, en el poema “Días divergentes”.

Pero además, el factor suerte condiciona su existir en el plano físico y en el emocional. Esto lo pone de manifiesto en “Juegos de azar”, cuyo título es revelador en ese sentido, en el que manifiesta sentirse vencido por la suerte porque no puede controlar la situación (“La partida termina sin remedio,/la casa gana con dados marcados”).

Dentro de la línea discursiva del poemario, aparecen en algunas composiciones temas colaterales como la incapacidad de sentir empatía de otras personas, la concepción de la historia de la humanidad como un compendio de acontecimientos convulsos, las alusiones a las muertes de los inmigrantes en el mar, la contaminación de los océanos y la hipocresía:

  1. En “Fatumpoema en el que destacan, entre otros, los recursos de la anáfora y los paralelismos, la empatía ajena se presenta frente a la falta de acercamiento y comprensión de otras personas. Es una contraposición de actitudes del ajeno. Se trata de un tema colateral, pero que da cuenta de la sensibilidad del poeta. El tema central de este poema es el paso del tiempo, pero también la proximidad frente a la lejanía manifestada por otros.
  2. En “Lágrimas de mármol” se ofrece una visión de “la historia convulsa”. El sujeto poético reflexiona sobre la historia que considera “convulsa” y con “déficit de paz”, origen de sufrimientos. A diferencia de la mayoría de los poemas del libro, en este se dirige una mirada hacia el exterior.

En esta composición se observa en el pasado “los destellos de fuego y ceniza/que colapsaron el mundo sumiso”. Se refiere a la fuerza del poder establecido que doblega a la multitud (“mundo sumiso”), y lo ejemplifica en la Realeza de Versalles en donde “la codicia” iba de la mano “de la tiranía”. Reyes que en la historia provocaron sufrimiento, hambre, miedo y muerte. Pero concluye que “Las fracturas de la existencia” constituyeron el inicio “de revoluciones/anhelantes de luz y de esperanza”.

Este discurso sobre la historia es extrapolable a la vida íntima del sujeto poético porque existe un paralelismo entre historia y mundo interior, definido  por el hecho de que la muerte y el miedo se sitúan en ambos planos (el exterior y el interior), frente a lo cual sitúa la esperanza. El dolor mitigado por la esperanza es una dualidad repetida en el libro que se reproduce en la historia de la humanidad y en las emociones del mundo interior del yo poético. Por tanto, el mundo exterior se identifica subliminalmente con su mundo interior, lo que constituye un recurso inteligente de Molina Caballero.

  1. En “Cayucos” se alude al desamparo en la huida de los inmigrantes. Con ello el poeta vuelve a abandonar la introspección y dice “cementerios/de las rutas de fuego y esperanza/marchitadas por el mar asesino/que cercena la vida y los sueños”. De nuevo, en la misma línea que en el poema citado anteriormente, existe un paralelismo entre la muerte de las personas que sucumben ante los envites de los océanos y su propio naufragio personal.
  2. En “El llanto de los mares” se mencionan aguas, arrecifes y playas, que pertenecen al campo semántico del mar. La mirada vuelve a dirigirse hacia el exterior: el tema fundamental es la contaminación de los mares “tapizados de plástico que asfixian/los pulsos transparentes de la vida”. Se afianza un silencio en el ser humano, no llegan las palabras a remediar “la tragedia que destruye/los pilares de la naturaleza,/y mutila la luz de sus latidos” [vida]. Eso revierte en una muerte de la humanidad.

Tanto en esta composición como en otras el poeta manifiesta una defensa de la vida y de la naturaleza.

  1. Seducción” es un poema muy bello. Cada estrofa describe la buena sonrisa de forma antagónica. En la primera, “la buena sonrisa” es seducción que termina dañando (“nos rompe por dentro”, “es un puñal”, “intimida” y “por fuera” aniquila). Trata por tanto de la hipocresía que daña y destruye. En la segunda estrofa “la buena sonrisa” es concebida como “armonía”, “la belleza infinita del presente” (de nuevo el factor tiempo), “flor fecunda [da frutos] y misteriosa”. Nuevamente aflora el misterio de la vida y sus aspectos diversos que recorren el poemario, pero en esta composición el tono poético no es desgarrador y se suaviza.

Por otra parte, y desde el punto de vista formal, Molina Caballero se sirve de numerosos recursos estilísticos que embellecen esta obra además del ritmo obtenido por metro endecasílabo. Metáforas bellísimas procedentes con frecuencia de elementos de la naturaleza, personificaciones, antítesis, anáforas, paralelismos, etc.

En la “RUTA CUARTA” encontramos, además de los citados recursos, un  juego de palabras en su título: “Archi-texturas del agua”: el prefijo archi sustituye las dos primeras sílabas de la palabra ‘Arquitecturas’, y las tres restantes es sustituida por el vocablo ‘texturas’. ‘Archi’ significa ‘muy’. Y ‘texturas’ hace referencia al tacto o a aquello de lo que está formado algo perceptible por el tacto o la vista, en este caso se refiere a la vida metaforizada por el agua. Esto está reflejado en los versos que siguen al título: “El tiempo languidece solitario/sobre los hilos del agua y sus sombras”.

Por tanto, el agua es metáfora de la vida, pero igualmente conlleva otras significaciones expuestas en esta parte como son esas zonas umbrías que condicionan al ser humano.

El autor se expresa aquí a través del elemento hídrico o contextos relacionados con él. Así, dentro de esta cuarta parte o ruta, encontramos poemas como:

  1. Los recintos fértiles de la vida” en el que el sujeto poético se manifiesta con un tono alentador. Utiliza una metáfora muy bella: “Las semillas de la lluvia se rompen” para expresar las gotas de la lluvia. Expresa asimismo la suavidad del otoño con un verso sublime: “El agua besa la tierra desnuda”. En el mismo, el verbo ‘besa’ constituye una personificación preciosa que descubre una percepción amable de la vida y del tiempo.
  2. En la composición “Nubes” dice con gran lirismo: “Las nubes son los pájaros que surcan/el cielo de ceniza y de tormentas…”. Encontramos aquí una metáfora bellísima: las nubes son pájaros. También cuando, utilizando la anáfora y el paralelismo, identifica las nubes con las flores: “Las nubes son las flores que rezuman/sus hojas y su polen en los campos…”.

Se trasluce la idea de una infinitud en el tiempo (“la existencia y sus pulsos infinitos”) que recuerda al concepto del transcurso temporal concebido por Octavio Paz: todo es cíclico y así avanza el tiempo que es infinito; lo que es finito es la vida de cada ser humano, pero no el tiempo.

Estamos ante un poema descriptivo en el que el poeta se expresa de nuevo con un tono amable y esperanzador sobre la vida.

  1. En “Acequias de aguas mansas” el sujeto poético, que se manifiesta en primera persona, contempla “el renacer…”. Se encuentra en un estado de sosiego en el que observa cómo toda la vida vuelve: “el renacer del sol fecundo”, “los paisajes del atardecer”. Es el renacer y los paisajes soñados desde la infancia. Expresa una nostalgia del pasado pero desde una contemplación placentera  y con sosiego (“fértiles remansos”, “aguas mansas”).
  2. Lluvia sagrada”es un canto a la vida. La lluvia como metáfora de vida (“la sagrada lluvia/que fecunda la tierra, los arroyos/y las frondas”). La expresión “en el cielo infinito de la vida” da cuenta de una percepción infinita del tiempo en el sentido indicado antes.

El último poema con el que José María Molina Caballero cierra el libro, se titula “EPÍLOGO: La ruta samurái”, debajo del cual sitúa el siguiente verso:“El futuro te encuentra y te devora”.

Se trata de un poema extenso con tres versos finales como conclusión o aforismo.

El autor utiliza como metáfora la figura de un guerrero (samurái). Se pregunta de forma retórica si se puede repetir nuestro pasado, pero el tema central es la concepción de la vida como una lucha. El transcurso vital se compara con la navegación de los barcos “a contracorriente”; es decir, luchando siempre contra el destino.

Esa vida entendida como un continuo batallar es la ruta samurái en la cual el ser humano se encuentra atrapado en “este mundo sórdido y vacío/que sólo nos ofrece los naufragios/de los días de luchas deleznables”. Se trata de un mundo de silencios, con su bipolaridad de llanto y de risas (”de los otros que lloran y que ríen”) en el que hay una contraposición entre vida y sombras.

El recuerdo, la memoria del pasado, descubre al ser humano cuál es su destino final, siendo este la muerte, y toma conciencia entonces de la misma. La muerte es despiadada “…sus caprichos/siempre nos desconciertan y nos rompen/en mil pedazos de nada, sin tregua/ni clemencia que indulte sus latidos”. Con este lenguaje transparente y desgarrador el poeta reflexiona acerca del final de la vida.

Pero el sujeto poético quiere luchar como “la luz indomable/de un samurái” “hasta la muerte/sin miedo y sin dolor donde llorar”. Es entonces cuando se eleva sobre el dolor y el miedo y resurge en la lucha. Sin embargo, en los tres últimos versos del poema el samurái lucha por la vida  y reconoce y asume que esa lucha la hace “con miedo y con dolor donde llorar”. Estamos ante una declaración honesta del poeta que, aun teniendo valentía, no niega el sentimiento humano del miedo y del llanto.

Esta composición constituye una declaración de actitud por parte del autor ante las adversidades de la vida y ante la muerte, y resulta concluyente en el poemario porque indica dónde se sitúa él después de estas cuatro rutas.

José María Molina Caballero deja testimonio en este espléndido libro de su propia posición ante la vida y el tiempo, fundamentalmente entendido como tempus fugit, pero sin olvidar su faceta como experiencia subjetiva. Las rutas transitivas  ̶ título de esta obra ̶  es ese paso del tiempo cambiante que nos deja inermes y que su autor afronta con valor y dignidad, reconociendo sus debilidades y sus fortalezas y expresándose con una transparencia emocional que se sublima mediante la utilización de recursos formales y de contenido que otorgan gran belleza al conjunto. Todo libro es producto de una etapa concreta de quien lo escribe. En este, el dolor y las sombras emergen y se expresan por su autor; pero también, una maravillosa esperanza que convierte la vida en una ruta ilusionante.




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